eguramente te estés preguntando: “¿Picoteos de gallina? ¿Qué diablos es eso? “
Cuando estamos tratando de encarnar activamente nuestra frecuencia vibratoria más alta, hay ocasiones en las que la vida, la gente y algunas situaciones tratan de atraernos hacia co-creaciones de baja frecuencia. Esto sucede porque, como especie, hemos estado jugando durante miles de años a juegos de baja frecuencia y muchos de esos programas están todavía activos en nuestro interior. Es por eso que quiero compartir una herramienta que utilizo con gran éxito cuando sucede esto.
Me gustaría contarte una historia. Es una historia real, que ha tenido unos resultados muy interesantes. Lo curioso de esto, es que no me dí cuenta de su importancia hasta hace unos meses.
Esta historia comenzó en el siglo pasado, en torno a 1969, cuando yo tenía tres años y estaba de visita en una casa que mi abuela tenía en el campo. En ese momento yo vivía con mi familia en Chile, y mi abuela pasaba los veranos en una de las casas de campo que tenía su familia en Codegua, una pequeña aldea fronteriza.
Los colonos europeos, en el caso de mi abuela, sus padres, habían llegado a la zona a finales de 1890 y habían construido una pequeña y hermosa aldea que consistía en una calle principal y una carretera que subía hacia los Andes, donde todavía vivían los nativos americanos.
Como primera generación en Chile, mi abuela mantenía el estilo de vida de sus antepasados y, habiendo crecido en la zona, había adquirido bastantes costumbres y destrezas de los pueblos nativos. Su familia era propietaria de varias casas del pueblo y de grandes extensiones de tierra situadas más allá de la carretera andina.
Mi abuela pasaba los veranos en una amplia casa colonial en la cercana ciudad de Rancagua, porque la prefería a su domicilio conyugal. Recuerdo que me encantaban las visitas a su casa de campo. Generalmente, íbamos a verla al final del verano, que era el mejor momento, pues era tiempo de cosecha y eso quería decir: fruta fresca, maíz, tomates, cebollas, patatas y otros alimentos que, tras ser recolectados, se preparaban para el invierno o se utilizaban para cocinar deliciosos platos.
La casa estaba llena de parientes, amigos, ayudantes y los niños que mi abuela había acogido. Ella había trabajado toda su vida como maestra de escuela y siempre acogía a niños del poblado indio que estaba más allá de la carretera, para educarlos, alimentarlos y vestirlos, y que, de ese modo, pudieran aprender un oficio y mejorar sus condiciones de vida.
Por lo tanto, la casa estaba llena de gente; gente que salía y entraba de la casa durante todo el día; gente que enlataba, secaba, tejía, amasaba, cocinaba y cuidaba de los animales.
Como yo solo tenía tres años, no era de mucha ayuda en las tareas y actividades del mundo de los adultos y niños mayores, así que me situaba en un lugar fresco, lejos de la casa y, simplemente, les observaba, perseguía mariposas, jugaba con las hormigas, hacía pasteles de lodo en el arroyo, y me subía a los árboles. Un día, mientras jugaba con unos gusanos, vino hacia mí una gallina y se los comió. Entonces, me miró a los ojos, cacareó unas cuantas veces y empezó a picotear muy aplicadamente cosas invisibles en el suelo. Me quedé fascinada por su intensidad y concentración. Unos momentos después, otra gallina se unió a ella y después otra. De pronto, estaba rodeada de gallinas, que picoteaban, hablaban entre ellas y se movían mostrando un sistema de comunicación muy elaborado y sofisticado. Era como ver una película, una telenovela y, durante los próximos días, observarlas se convirtió en mi actividad favorita. Aprendí que había una gallina jefa, gallinas de segunda categoría, que a las jóvenes se les permitía jugar y romper las reglas siempre que querían, y que los polluelos amaban a sus madres.
Un día, las gallinas estaban en el campo de tomates que quedaba justo frente al patio cubierto dónde se llevaba a cabo la mayoría de actividades humanas. Oí que dos adultos discutían, los observé un rato y, entonces, justo delante de mí, dos gallinas empezaron a pelearse por un jugoso gusano. Las dos discusiones, la humana y la de las gallinas, eran igual de intensas y trascendentes para los que estaban implicados en ellas. Luego, casi al mismo tiempo, el gusano se partió en dos, lo que hizo feliz a las dos gallinas, que enseguida volvieron a picotear, y las dos personas que discutían, se fueron a diferentes partes del patio a seguir con sus actividades y dejaron de discutir.
Tardé unos minutos, pero de repente lo vi claro. Dentro de cada mundo, ya sea el humano o el de las gallinas, las discusiones, las actividades y los días eran importantes y … ¡lo mismo! Recuerdo que me quedé con la boca abierta, muy sorprendida. Sentí que mi consciencia se alejaba de esos dos mundos, mientras los observaba y los entendía.
Yo tenía la edad suficiente para saber que las gallinas no vivían mucho tiempo, y había aprendido, en los días anteriores, que para ellas la vida estaba muy estructurada socialmente y que era muy importante picotear la tierra en busca de gusanos e insectos. Y me di cuenta de que las personas, al igual que las gallinas, también participaban activamente en sus actividades y en su estructura social, aunque vivían más tiempo. A partir de entonces, empecé a observar con fascinación a las personas mientras realizaban sus actividades. Observé, un día tras otro, cómo las cosas que se habían criticado o discutido el día anterior, parecían esfumarse al día siguiente.
Llegó el día en el que volvimos a casa, a las afueras de Valparaíso, y en poco tiempo olvidé las gallinas, las personas y los picoteos.
Dando un gran salto, hasta octubre de 2016, llegaron unos días en los que me vi envuelta en una situación familiar bastante desagradable, con jueces y abogados, y tuve que dedicarle mucho tiempo, atención, esfuerzo y dinero.
Mi estado natural es de felicidad, pero estas situaciones hacen que me sienta muy triste, dolida y frustrada. En una de nuestras visitas a California, Larry y yo íbamos en coche por la calle y pude sentir cómo mi cuerpo emocional subía y bajaba. De repente, en el ojo de mi mente, vi unas gallinas picoteando frente a mí. Desconcertada, reconocí la imagen y pensé en la situación en la que me encontraba en ese momento. Las gallinas volvieron a aparecer. Y, de repente, pensé: «Picoteos de gallina». Sentí un enorme «sí» de mi Yo superior. La revelación me impactó como un rayo. Me acordé de cuando era niña, de las dos gallinas que luchaban por un gusano, mientras dos adultos discutían con la misma intensidad. Lo pensé durante unos minutos y me pregunté cuál sería la mejor manera de pasar mi tiempo aquí en la Tierra. Y llegué a la conclusión de que era en un estado en el que mi ser está despierto; un estado en el que puedo expresar una alta frecuencia; un estado en el que puedo encarnar la Fuente con luz, amor, alegría, y sabiduría.
Una sonrisa atravesó mi mente y me sentí capaz de dejar atrás los “picoteos de gallina”. Porque, como todo lo demás en la vida, esto también pasará. ¿Quiero perder mi tiempo centrándome en los “picoteos de gallina”? ¿O vivir en la dicha de un estado elevado de consciencia, «haciendo», y co-creando en la Tierra una experiencia increíble con personas despiertas y empoderadas?
Elijo lo segundo.
Así pues, aquí están los pasos del ejercicio:
Observa una situación o un sentimiento “importante” que tengas en este momento.
Cierra los ojos e imagina a una gallina picoteando el suelo.
Céntrate en la intensidad, concentración e importancia del picoteo.
Procesa cualquier pensamiento de que tu situación es más importante que la de la gallina, pues para ella, lo que está haciendo, es mucho más importante que lo tuyo.
Sonríe.
Dite a ti mismo/a:”Esto también pasará.”